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México, segundo país más mortífero para periodistas

México, segundo país más mortífero para periodistas

El reciente balance de Reporteros Sin Fronteras (RSF) nos lanza una advertencia que no podemos ignorar: “los periodistas no mueren, son asesinados”.

Esta distinción semántica es crucial para entender que no enfrentamos riesgos laborales fortuitos, sino una cacería deliberada alimentada por el odio y sostenida por la impunidad.

El panorama global es desolador. Durante este año, 67 profesionales de la información fueron asesinados alrededor del mundo. La Franja de Gaza se consolidó como la peor zona de silencio, concentrando casi la mitad de los crímenes mortales contra periodistas. En otros territorios de conflicto como Sudán y Ucrania, la guerra también dicta la censura a través de las balas.

Sin embargo, lo más alarmante ocurre cuando apartamos la vista de las zonas de guerra declarada y enfocamos el lente en las llamadas democracias en tiempos de paz. Es aquí donde la narrativa global aterriza violentamente en nuestro territorio.

Mortífero

México, sin estar oficialmente en guerra, se ha afianzado como el segundo país más mortífero del mundo para la prensa, con nueve periodistas asesinados en 2025. Hemos superado en letalidad a naciones con conflictos civiles abiertos, convirtiéndonos en el epicentro de la violencia contra la prensa en el hemisferio occidental. Esta “mexicanización” del riesgo, como advierte RSF, no es un fenómeno nuevo, pero este año ha alcanzado un pico que desmiente cualquier discurso oficial sobre la pacificación del país.

Para comprender por qué México sigue aportando estas cifras al obituario mundial, debemos mirar las estructuras internas que hemos documentado en el brazo local del estudio Worlds of Journalism Study (WJS3).

La violencia letal no ocurre en el vacío: es el desenlace de un proceso sistemático de desgaste. Nuestros datos revelan que el 76% de los periodistas mexicanos reporta recibir discursos de odio y un 65.6% ha sufrido descrédito público. Esta violencia verbal, a menudo instigada desde tribunas políticas, prepara el terreno psicológico y social no para la violencia física, sino para la impunidad para perseguir los crímenes y para la indiferencia social ante el panorama.

 

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